Hace casi 100 años (1919) Agusto Arruda decide dedicar sus bellas tierras de Faja de Baixo (isla de San Miguel), situadas junto a la imponente casona familiar, al cultivo de la piña. Cuentan los lugareños que fue la desaparición de la naranja la que impulsó la producción de esta fruta tropical, inducida por su relación con Brasil. Y fue la fertilidad de la isla la que posibilitó su éxito, especialmente en el mercado británico, que supo valorar la especial dulzura de estas frutas. “Nuestras piñas se vendían en Covent Garden hasta la Primera Guerra Mundial”, asegura la actual propietaria de este inmenso invernadero. Hoy bien es verdad que la exportación es mínima y la piña de Azores se restringe al consumo local y la venta al turista, que paga con gusto los 6 € por pieza tras probar su excelencia.
Hay que subrayar que la piña es una planta perenne que solo produce un único fruto cada dos/tres años. Para su cultivo y reproducción no se utiliza la semilla, sino los retoños del tallo central, que brota y se desarrolla dando lugar a nuevos tallos. En líneas generales, la producción de la piña se organiza en tres fases: la primera de producción de la planta, una segunda de maduración del fruto y la última de recolección para su venta y consumo.
Para la producción de la planta se utilizan los vástagos de aquéllas que han generado los mejores frutos, cuidadas para el inicio de su nueva brotación en viveros especiales durante tres meses. De cada raíz se pueden generar cinco plantas nuevas. Cuando adquieren el tamaño apropiado, se crea una cama de siembra (hojas con tierra y serrín) dentro del invernadero, retirando todo el material vegetal de la anterior cosecha y desinfectando todo el habitáculo.
Los vástagos, con una raíz de unos 30 centímetros, se plantan en línea, dejando unos 50 cm entre plantas y unos 60 entre hileras. Seis meses más tarde se produce una inducción a la fertilización con la fumigación por humo. El uso del humo para provocar la fertilización parece que procede de la casualidad, pues fue un incendio el que dio las pistas tras descubrir que el humo provocaba una floración más rápida y eficaz. El proceso es sencillo: clausurando el invernadero y manteniendo el humo dentro durante una semana.
Los invernaderos están encalados en su parte sur para bloquear el paso del sol y cerrados por completo, evitando la circulación del aire durante todo el proceso de crecimiento del fruto. La razón principal es elevar la temperatura interior hasta los 40 grados. Los rayos del sol provocan una maduración más rápida, algo que no se desea, por lo que los frutos de las plantas más cercanas a las paredes del invernadero son desechados.
En la larga espera de hasta dos años que tarda en conseguirse una piña madura y perfecta para el consumo, los tratamientos son mínimos. Tan solo se libra de la corona al fruto para que engorde adecuadamente. En cada vivero se producen unas 700 piñas. El fruto se cosecha ya maduro, pues una vez cortado el proceso se detiene por completo y la piña comienza a deteriorarse, por lo que su vida tras la cosecha es corta, alcanzando un máximo de cuatro semanas para su degustación con todas sus características organolépticas adecuadas.
En Arruda solo las piñas perfectas se exportan, para lo que deben reunir ciertas características como un kilogramo de peso, escamas redondeadas, una corona de no más de dos centímetros y un aspecto general bello y armonioso. Aquellas piñas que no cumplen con los estándares de calidad se utilizan para la producción de múltiples subproductos como licores, mostaza, chutney, mermelada o zumos.
La plantación de Arruda está planteada no solo para la producción, sino también para la formación y el turismo. Sus invernaderos están planificados para que durante la visita se observen los diferentes estadios de desarrollo de la piña, y sus bellos jardines acogen una zumería y coctelería espléndidas que permiten probar la versatilidad del jugo de esta maravillosa fruta.
Fuente: sobremesa.es