Un fenómeno meteorológico extremo que descargó entre 100 y 150 ml de lluvia durante tres o cuatro horas consecutivas –en el contexto de un gran frente atmosférico inestable en todo el Mediterráneo central– provocó el desbordamiento del río Salso en Licata (Agrigento) el 19 de octubre de 2024.
Históricamente, las tierras que bordean el cauce del río se dedican a la horticultura en campo abierto e invernadero. La zona afectada por la inundación, según un primer reconocimiento realizado el 21 de octubre, abarca al menos 2 kilómetros cuadrados. En esta zona suele haber cultivos de alcachofas en campo abierto, calabacines y pimientos en túneles y bajo invernadero, que ahora están cubiertos de barro.
Pocos días después del siniestro, las empresas tienen más claro lo que hay que hacer tras este enésimo suceso calamitoso.
"En primer lugar", afirma Giovanni Chianta, productor de la zona, "necesitamos un canal de contención a ambos lados del río que, al igual que el aliviadero creado para proteger la ciudad, sirva de barrera para toda la zona de cultivo. Después, las presas, más de la mitad de las cuales están colmatadas, deben rehabilitarse lo antes posible".
Desgraciadamente, las importantes acumulaciones de lluvia aguas arriba de la llanura de Licata han vertido en el río Salso caudales superiores a los que es capaz de gestionar el sistema hidráulico actual, alcanzando una altura hidrométrica de 8,5 metros justo en el aliviadero. "Estas obras de defensa son necesarias para evitar daños a ciudades, bienes y personas, en una zona que desde el punto de vista de la regulación hidráulica es muy compleja y vulnerable: tanto que es objeto de numerosos estudios sectoriales", afirma Luigi Pasotti, del Servicio de Información Agrometeorológica de Sicilia. "Inevitablemente, el exceso de agua se desvía a zonas donde causa menos daños, ya que no es posible construir depósitos de retención. En este caso, las explotaciones situadas cerca del lecho del río son y serán, tal y como están las cosas, las más afectadas".
Chianta subraya: "Teniendo en cuenta que los calabacines y los pimientos acaban de entrar en plena producción, haciendo un breve cálculo de los daños que sufrirán algunos cultivadores de invernaderos, las cuentas salen pronto. Un invernadero cuesta 11.000 euros por cada 1.000 metros cuadrados; los costes anuales de plantación de la campaña para la misma superficie ascienden a 7.000 euros. Añádase después la pérdida de beneficios que, en el caso de los calabacines (aunque los pimientos tienen actualmente precios similares), es actualmente de 2 euros por kilo; en un invernadero de 1.000 metros cuadrados se pueden cosechar 12 toneladas en un año. Así pues, 12.000 kilos multiplicados por 2 euros suponen 24.000 euros de lucro cesante potencial".
Está claro que las cuentas se hacen a modo de ejemplo, porque los precios suben y bajan. En cualquier caso, la suma arroja una pérdida total de 42.000 euros por hectárea: una barbaridad de la que una explotación de pocas hectáreas, totalmente destruida, probablemente nunca se recuperará (y eso sin contar el coste de la mano de obra).
A la pregunta de qué hay que hacer para evitar que se repitan episodios similares, Pasotti responde: "No es fácil dar una respuesta para una zona que es intrínsecamente muy vulnerable. Las inundaciones que se han producido a lo largo del tiempo han mostrado dinámicas diferentes cada vez, dependiendo de las partes de la cuenca que las han provocado. Lo que ocurre aguas abajo depende a veces de la estructura hidráulica de la parte alta de la cuenca, con sus embalses e infraestructuras, que también deberían tener una función laminadora al retener el agua y reducir las inundaciones. A veces, en cambio, se origina en la parte baja de la cuenca, donde la posibilidad de limitar las inundaciones con obras de infraestructura es más limitada".